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El nuevo Nostradamus

Escrito por Alfredo Hernández | 10/08/20 05:00 PM

 

Los usuarios están cediendo datos personales que pueden almacenarse para siempre: palabras, clics, visitas de páginas, enlaces, errores tipográficos, búsquedas en Google, estados de Facebook, fotografías en Instagram, etc.

 

 

 

El Big Data es una visión sin precedentes de la psique humana, se perfila como “el nuevo Michel Nostradamus” en las comunicaciones. ¿Se imaginan que su personalidad esté siendo perfilada desde el momento que hace una consulta de interés en Internet? ¿O que todo el tiempo esté revelando a un tercero en dónde se encuentra o hacia dónde se desplaza? ¿O compras una aspiradora inteligente y que Ud autorice a que, de paso, mida las dimensiones de su propiedad y que esos datos puedan ser usados por terceros?

 

Bueno, eso estamos haciendo en la actualidad cada vez que se aceptan las condiciones (sin leer) de las Apps que se agregan a los dispositivos móviles que utilizamos.

 

“De hecho el poder de los datos masivos puede asistirnos en cada vez más tareas pero, sobre todo, puede revelar qué pasa por nuestra cabeza, incluso si lo hace de forma inconsciente para nosotros mismos. Y en ese último punto es en el que se centra Seth Stephens-Davidowitz, excientífico de datos de Google y profesor de The Wharton School, en su libro” comenta de Sergio Parra en la reseña publicada en Macrodatos y mentiras masivas.

 

El libro mencionada es "Todo el mundo miente: Lo que Internet y el Big Data pueden decirnos sobre nosotros mismos", escrito por Seth Stephens-Davidowitz. Como bien lo indica el autor, la revolución de los datos no es algo que estén viviendo solamente las grandes empresas de inteligencia artificial, sino que ya comienza a ser el pan de cada día en el mundo empresarial y académico.

 

Parra refiere que ahora, gracias a Internet, las fuentes se han multiplicado exponencialmente: “Todos los usuarios están cediendo datos personales que pueden almacenarse para siempre: palabras, clics, visitas de páginas, enlaces, errores tipográficos, búsquedas en Google, estados de Facebook, fotografías en Instagram”.

 

Originalmente, Internet fue creado para que las personas pudieran comunicarse entre sí, pero no para que los investigadores pudieran averiguar cosas de la gente. Sin embargo, toda esa información que distribuimos de buena gana por la red no es sólo ruido de conversación: son migas de pan, pistas que nos permiten establecer correlaciones estadísticas muy significativas. Nadie pudo imaginar que Internet pudiera llegar a ser una fuente adecuada de información para realizar investigaciones académicas, pero lo es. 

 

Si bien Internet no llega a decir lo que pasará en el futuro por medio de una colección de 942 cuartetas de predicciones y 10 centurias, la Big Data es capaz, a pulso de clic, de llegar a conocer nuestras preferencias como consumidor y, de paso, programar la publicidad que esperamos ver.

Son cada vez más las empresas que buscan medir y comprender el impacto que tienen sus productos y servicios en el mercado utilizando técnicas de gestión de Big Data, para inferir, del comportamiento de los consumidores y lo que realmente piensan de sus productos. 

 

Stepens-Davidowitz comenta en su libro que el motor de búsqueda Google, de hecho, es el más poderoso contenedor de datos sociológicos del mundo: “La acción cotidiana de escribir una palabra o frase en una caja compacta y rectangular blanca deja un pequeño rastro de verdad que, multiplicado por millones, acaba revelando realidades profundas”.

 

El especialista añade que “Los macrodatos nos permiten ver qué quiere y qué hace la gente en realidad, no qué dice que quiere y qué hace” como ocurre en las encuestas.

 

Pero no se trata sólo de mayor cantidad de fuentes, sino de mayor calidad de las mismas: cuando buscamos algo en Google, lo hacemos con el convencimiento de que nadie está mirándonos, así que nos conducimos con absoluta libertad, algo que, oh, sorpresa, no suele parecerse en nada a lo que solemos responder cuando nos someten a un cuestionario telefónico, por ejemplo.

 

Sergio Parra señala que nuestras búsquedas como “como si fuera un confesionario de ceros y unos, en Google trasladamos inquietudes que no nos atrevemos a compartir con nadie más. Sobre todo si guardan relación con temas sensibles, como el sexo, nuestro parecer sobre otras etnias o qué nos desagrada de nuestra pareja o incluso de nosotros mismos. Por ejemplo, ¿los votantes de derechas son más racistas que los de izquierdas? Según los datos de búsqueda de Google, el racismo se reparte de forma bastante equitativa por todo el abanico ideológico. De hecho, parece ser más importante dónde has nacido que tu orientación política a la hora de determinar cuán racista eres. Tampoco influye en el racismo la inseguridad y la vulnerabilidad económicas. Ni siquiera aumenta el racismo cuando aumenta el desempleo. Estas revelaciones resultan de todo punto desconcertantes, porque hasta ahora sólo podíamos saber si alguien era racista si lo admitía públicamente (o si se sometía a una serie de pruebas psicológicas, como la de asociación implícita, de alcance ciertamente limitado)”.

 

En este contexto es que las encuestas tradicionales, en las que una persona le realiza a otra una serie de cuestionamientos dirigidos y estructurados, con el propósito de obtener información en determinado formato y con determinado objetivo, comienzan a perder efectividad, cuando se las compara con la posibilidad de extraer de Internet, enormes cantidades de macrodatos honestos, transparentes y libres de sesgos. Con las adecuadas técnicas de gestión de macrodatos, manipuladas por científicos de datos, es posible derivar conclusiones claras.

 

El Big Data ayuda a las empresas o a los gobiernos a entender mejor a sus clientes/usuarios, a encontrar oportunidades de negocio/atención que antes no eran detectables, a dar un mejor servicio e, incluso, a mitigar el fraude. No es más que un análisis masivo de datos, pero tan grande que no es posible analizarlo con las tradicionales aplicaciones de software de procesamiento de datos.

 

Se requiere de nuevas tecnologías que hacen posible su procesamiento y almacenamiento; en otros términos, el Big Data es la posibilidad de acumular una gran cantidad de información que puede ser utilizada para crear nuevos servicios comerciales.

 

Existen diferentes técnicas para visualizar los Big Data. Una puede ser por ejemplo por una nube de etiquetas para extraer un contenido semántico. 

 

Los datos están disponibles en la web y pueden provenir de fuentes muy variadas como  de las finanzas y la economía: balances, cotizaciones, hipotecas y consumo; otro motor de información son las redes sociales o de movilidad: fotos, comentarios en redes, mandar un email, contestar una encuesta telefónica, dar clic a enlaces en Internet, usar el WhatsApp y datos de geolocalización.

 

 La información también se comparte por  medio del M2M (comunicación machine to machine) que se da a través del bluetooth, el wi-fi, la fibra óptica y el ADS: que es aquella información contenida en los GPS de los vehículos y teléfonos móviles, termómetros, parquímetros, máquinas expendedoras, etc.; los datos biométricos también son fuente de información: como cuándo se utilizan los sensores de huellas dactilares, escáneres de retina, el reconocimiento facial o de voz, los pasos recorridos o las pulsaciones.

 

Éste es el deslumbrante poder de los datos: demostrarnos que, en muchos ámbitos, el mundo funciona justo al revés de lo que creíamos. Particularmente, la capacidad de radiografiar la naturaleza humana de Google no reside en la cantidad de datos que alberga, sino en la honestidad inaudita de los usuarios cuando utilizan su motor de búsqueda.

 

Las nuevas tecnologías, como el machine learning y la inteligencia artificial (IA), en muchos casos pueden ser herramientas claves para conocer esos macrodatos que están ahí, a la espera de ser analizados y revelar cuál será nuestra próxima compra y dónde, a muy estilo de Nostradamus.